Un paseo por Urgull
UN PASEO POR URGULL
9 de febrero de 2016
Salgo a dar mi paseo habitual después de desayunar, como siempre
con un cuaderno la pluma y pinceles con tinta sepia.
Bajando hacia el Paseo de
Miraconcha, me paro junto al palacio de Miramar, para
contemplar la bahía batida por las olas.
El viento es fuerte, del suroeste, y en el mar hay un fuerte
temporal, aunque las olas no llegan hasta el paseo porque es hora de la
bajamar.
Se vislumbran los restos del antiguo colector que sobresalen
asomando entre ola y ola. El viento levanta espuma del borde de las olas, ya de
por sí grandes, haciendo que parezcan más de lo que son.
Me siento en uno de los bancos que hay junto a la entrada a los
jardines del Palacio Miramar, y dibujo un apunte en sepia de las olas chocando
contra el extremo del paseo, junto al Peine del Viento de Eduardo Chillida.
Luego retomo el paseo, y bajo hasta el Paseo de la Concha. Junto
al club Eguzki, observo que el oleaje de la noche pasada, coincidiendo con la
pleamar de la madrugada, ha destrozado sus instalaciones, las del del Club
Atlético de San Sebastián, y las barandillas de todas las bajadas a la playa.
Han debido de ser enormes las olas, con la habitual fuerza que
despliega una enorme masa de agua golpeando contra los límites de la playa.
Cuando las fuerzas de Eolo y Poseidón se unen, no hay construcción humana que
lo soporte.
Hay mucha gente en la playa, observando los destrozos hechos por
las olas. Según comentan, en la boya marina de San Sebastián, que está frente
al monte Ulía, no muy lejos de la costa, esa madrugada ha habido mediciones de
olas de más de 9 metros de altura máxima, lo que no está nada mal.
Continúo el paseo hasta el Club Náutico y de allá tomo camino
hacia el monte Urgull, pasando por Portaletas. Comienzo a subir por el Paseo de
los Curas, desviándome hacia la Batería de las Damas.
Desde allá, el
espectáculo de las olas golpeando contra la isla de Santa Clara y contra las
laderas del monte Igeldo me parece digno de ser recogido, por la bravura del mar y la
fuerza del viento, aunque la bajamar le quite dramatismo.
Me imagino a los antiguos pescadores, en balleneras o bateles a
remo, teniendo que luchar contra ese océano embravecido, y un estremecimiento
me recorre el cuerpo.
Como cada apunte me lleva media hora, decido hacer una foto, y
continuar mi camino ascendiendo por la ladera norte, hacia el Cementerio de los
Ingleses. Voy subiendo suavemente, cruzándome con muchos paseantes, escuchando continuamente el ruido de las
olas que se estrellan contra el Paseo Nuevo.
Al llegar a la zona del Cementerio, tengo una
mezcla de sentimientos contradictorios, pensando en la que armaron aquel 31 de
agosto de 1813 cuando, los supuestos salvadores que venían a liberar la ciudad, Británicos y Portugueses,
arrasaron todo e incendiaron la ciudad tras expulsar a las tropas napoleónicas que, en una ciudad
cuya población era en una parte de origen gascón, eran mejor recibidas que las
británicas.
Pero por otra parte, la sensación del cementerio con la
vegetación apoderándose de todo y las tumbas mal conservadas me produce cierta
tristeza.
Pienso que merecen
un boceto, a pesar de todo, y dedico media hora a aquellos descendientes de la
pérfida Albión.
Desde el cementerio continúo el camino hacia el Baluarte del Mirador,
entre el aroma de los pinos y el olor del salitre que trae el viento, con una
estupenda vista sobre la ciudad y sobre el mar, justo encima del museo de San
Telmo y la sociedad Fotográfica.
Desde el mirador, se ve la lucha de las olas contra el espigón
de la playa de la Zurriola, golpeando una y otra vez con fuerza, y me animo a
dibujar otra vez, aunque el viento no ayuda mucho.
Casi toda la superficie del agua está cubierta de la blanca
espuma producida por las olas, sobre todo en la desembocadura del Urumea, y se
puede ver las olas chocando contra el puente de la Zurriola.
Continúo el paseo, tras retroceder unos metros, ascendiendo
hacia el castillo. Esta zona está llena de laurel, con un aroma increíble.
Al llegar a la Batería del Gobernador, hago otro dibujo antes de
continuar, porque la imagen me resulta sugerente.
Las vistas sobre toda la ciudad, desde este punto, son algo que
merece la pena disfrutar, porque se puede ver prácticamente todo Donostia.
Y en un último empujón, me acerco hasta el castillo de la Santa
Cruz de la Mota, al que a mediados del siglo XX se le añadió una enorme
escultura del Sagrado Corazón que no tiene mucho sentido en el lugar ni tiene
explicación razonable, a no ser que se quisiera emular a la figura del
Corcovado de Rio de Janeiro…; Cosas del Nacional-Catolicismo que imperaba por
aquellos tiempos. Sin embargo, lo dibujo
y aquí lo reflejo.
Desde el castillo, bajo caminando hasta la
Batería de Santiago, situada justo encima de la batería de las Damas.
Las vistas, de nuevo, son espectaculares, y me animo a hacer un
último dibujo que cierra la serie de este paseo por Urgull.
Desde allá, bajada al muelle de pescadores y retomo el camino a casa, que
ya es hora de comer.
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