YUSTE

Sábado 11 de junio.

Por la mañana, después de un suculento desayuno, decidimos ir a ver el Monasterio de Yuste.

Se trata de un  monasterio de la orden de los Jerónimos que, bajo la consigna Ora et Labora, fundaron unos monjes en el siglo XV. La iglesia es de un gótico tardío con elementos renacentistas.

El monasterio está enclavado en medio de un inmenso robledal, surcado por arroyos de cristalinas aguas que bajan desde Gredos como la garganta de Cuacos o la garganta del Jaranda.

Está construido a la manera verata, pero con más piedra granítica que ladrillo, dada la importancia del lugar. Sólo en los muros de los jardines y el muro perimetral, amén del palacio imperial, se intuye el adobe mezclado con el granito.

El monasterio tiene además de la iglesia, dos claustros, ambos de dos plantas, con arcadas y columnas de granito, uno gótico y el otro plateresco.  Después de sufrir la desamortización de Mendizábal, fue cuartel de las tropas napoleónicas en el siglo XIX, quedando arrasado por un incendio tras su partida. Fue reconstruido por el estado en tiempos de Franco y cedido de nuevo para su utilización a los Jerónimos, aunque pertenece a los Reales Sitios de España.

La fama del Monasterio de Yuste viene de que fue vivienda y retiro del emperador Carlos I (o Carlos V) tras su abdicación por su delicado estado de salud y la depresión que le produjo el fallecimiento de Isabel de Portugal, su esposa.. El Monarca Habsburgo abdicaría el titulo de emperador a favor de su hermano, Fernando I de Habsburgo, Mientras que el Imperio Español (España continental, Los Países Bajos, Nápoles-Sicilia, Lombardía y Las posesiones de España en las Américas), fue heredado por su hijo, Felipe II de España. Los dos imperios se mantendría aliados hasta el siglo XVIII. El emperador Carlos falleció el 21 de septiembre 1558 a causa de la malaria.

Tras pedir autorización al abad mayor de los Jerónimos, hizo que se construyera una residencia para él y a su medida, bastante austera, junto a la iglesia y en el lado opuesto al monasterio. Mientras se terminó de construir (en este edificio domina el ladrillo de adobe), parece que se alojó temporalmente en el castillo de la vecina Jarandilla de la Vera.

Hemos visitado la iglesia, y el palacio del emperador. También una pequeña colección de objetos de arte (Cuadros, relicarios y otros objetos de culto) que se expone en la sacristía, y la cripta. Pero n se permite visitar el monasterio porque, al parecer, se encuentra habitado por algunos monjes, aunque no he podido constatar esto último.

Luego hemos ido a comer a Jaraiz de la Vera, donde se encuentran de fiestas en honor a San Antonio, y tras tomar una refrescante cerveza a la sombra de unos plátanos en la plaza, hemos comido una comida típica verata; en mi caso, rin-ran (ensalada de tomate con cebolla y pimiento verde aliñada con aceite y pimentón de la vera) y secreto de ibérico.

Después de dar una vuelta por el pueblo, bastante grande y con mucha vida, hemos ido a Cuacos de Yuste, donde he tomado un par de apuntes a la acuarela; uno de la plaza, preciosa, y otro de un rincón con una fuente muy bonita. 
Al atardecer hemos vuelto a la casa rural donde nos alojamos y de allá he salido a dar un paseo por el bosque. He disfrutado del paseo con los aromas del bosque y escuchando el canto de los pájaros, hasta que, cuando cruzaba el bosque entre las jaras y robles me he encontrado de frente, a unos 10 metros, con un par de jabalíes que, para mi fortuna, no me han visto y han pasado de largo. Cuando escribo esto aún parezco un erizo, porque el vello se me ha puesto como escarpias por el escalofrío que he sentido al ver aquellos dos imponentes animales, ambos más pesados que yo, con unos colmillos más que importantes. He vuelto a la casa casi a la carrera, y aún jadeaba cuando he llegado. Pero en el cesto venían conmigo algún “ontto” -boletus Aereus- y bastantes ziza-oris –cantharellus cibarius- y gibelurdin -russula virescens-, así que el paseo, en cualquier caso, ha valido la pena.

Mari Jose, la dueña de la casa rural, se ha ofrecido para embotarnos los hongos, como así ha hecho. Es un derroche de amabilidad, siempre dispuesta y siempre disponible.