Donostia, desde el Paseo de los Curas
Un día de marzo con niebla, muy donostiarra, me siento en un banco del paseo de los curas;
la playa vacía,
la nostalgia lo invade todo.
Apenas se intuye el cielo, tras la niebla;
El mar, ni se mueve ni se le oye; parece haberse estancado,
paralizado, muerto…
Todo tiene unos tintes entre gris y morado,
y me llama, me tienta;
Me siento, casi, obligado a reflejarlo.
Los sonidos se oyen amortiguados por la niebla,
El agua que flota en el aire me va calando,
Lentamente,
Hasta que mis huesos empiezan a destilar.
De pronto un escalofrío me recorre todo,
No puedo seguir pintando;
la pintura se queda así,
inacabada,
como sin vida;
Al llegar a casa,
compruebo que el papel aún está húmedo,
los colores se han debilitado, difuminado,
como si la niebla
se hubiera llevado el alma de la ciudad consigo;
y pienso que, en realidad,
no podría haber quedado mejor, más real,
en un día así.
Comentarios
Publicar un comentario
Anímate a dejar aquí tus comentarios.