Kaia
El puerto... y sus aromas.
Carraquelas, quisquillas, sardinas en verano...
-tiene tres gazas bien encapilladas-
entre el puerto deportivo y el pesquero,
Me siento atraído por la estampa y los colores ;
dudo de si seré capaz de trasladarlo al papel;
pero decido intentarlo.
Me lleva un buen rato “cazar” las curvas de las proas de los pesqueros;
Unas líneas curvas perfectamente trazadas;
mucho más bonitas en los viejos pesqueros de madera.
Luego viene el color;
Bajo la luz rojiza del atardecer,
se me presentan todos los colores juntos;
las casas de los pescadores,
en ladrillo y cal
uniformes en sus líneas,
pero de diferentes tonalidades;
el muro que sostiene el paseo de los curas,
en tonos sepia,
con sus sombras de la luz del ocaso;
el monte Urgull, al fondo,
y sus claroscuros verdes;
los vivos colores de los pesqueros
con sus reflejos en las oscuras aguas del muelle
Todos ellos, forman una sinfonía de color dodecafónica,
como si la hubiese compuesto Arnold Schoenberg;
Brillante,
algo estridente,
no concede descanso a la vista,
bella, muy bella,
y un enorme reto para mi inexperta mano.
Aún así, me esmero y lo intento;
El resultado deja mucho que desear; es espeso,
Trasluce lo que ven mis ojos,
pero obscurecido por mi impericia con el pincel.
No obstante, lo conservo como testigo y faro de mi ineptitud;
cuando me considere mejor "interprete",
Me recordará que tengo una prueba pendiente.
Hace mucho tiempo, cuando estudiaba,
Venía muchos atardeceres a pasear por el muelle;
Me sentaba en el morro, mirando a las gaviotas,
dejando que la melancolía me invadiera.
La melancolía,
y el ardor juvenil de las hormonas
corriendo por mis venas
corriendo por mis venas
hacían una amalgama difícil de llevar.
La brisa marina,
la humedad en la piel
Y el ruido del agua rozando la escollera
ayudaban a relajarme y a calmar el alma;
la humedad en la piel
Y el ruido del agua rozando la escollera
ayudaban a relajarme y a calmar el alma;
luego unos ‘potes’ por lo viejo con los amigos
ayudaban a mi atribulada mente
a recuperar totalmente la calma.
Melancolía, y añoranza ahora;
ya no hay ardor;
persiste el recuerdo de los sentimientos.
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